Fuente: http://www.abc.es/20100222/ciencia-tecnologia-espacio-sistema-solar/tormenta-solar-mundo-201002221039.html

 
 Una llamarada solar / ABC
     
  JOSÉ MANUEL NIEVES | MADRID 
  
      Actualizado  				Miércoles 			, 24-02-10 a las 14 		: 		11
  
  
 El escenario podría ser cualquier gran ciudad de Estados  Unidos, China o Europa. La hora, por ejemplo, poco después del anochecer  de cualquier día entre mayo y septiembre de 2012. El  cielo, de repente, aparece adornado con un gran  manto de luces  brillantes que oscilan como banderas al viento. Da igual que no estemos  cerca del Polo Norte, donde las auroras suelen ser comunes. Podría  tratarse perfectamente de Nueva York, Madrid o Pekín. Pasados unos  segundos, las bombillas empiezan a parpadear, como si estuvieran a punto  de fallar. Después, por un breve instante, brillan con una intensidad  inusitada... y se apagan para siempre. En menos de un minuto y medio,  toda la ciudad, todo el país, todo el continente, está completamente a  oscuras y sin energía eléctrica. Un año después, la situación no ha  cambiado. Sigue sin haber suministro y los muertos en las  grandes ciudades se cuentan por millones. En todo el planeta está  sucediendo lo mismo. ¿El causante del desastre? Una única y gran  tormenta espacial, generada a más de 150 millones de kilómetros  de distancia, en la superficie del Sol.
 Y no es que de repente hayamos decidido alinearnos entre  las filas de los catastrofistas que predican el fin del mundo  precisamente para 
2012.  Pero lo descrito arriba es exactamente lo que pasaría si el actual  ciclo solar (que acaba de empezar después de más de un año de completa  inactividad) fuera 
sólo la mitad de violento de lo que se espera.  Así lo dice, sin tapujos, un 
informe extraordinario financiado por la NASA y  publicado hace menos de un año por la 
Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos  (NAS). Y resulta que, según el citado informe, son precisamente las  sociedades occidentales las que, durante las últimas décadas, han  sembrado sin quererlo 
la semilla de su propia destrucción.
   «Un posible desastre»Se  trata de nuestra actual forma de vida, dependiente en todo y para todo  de una tecnología cada vez más sofisticada. Una tecnología que,  irónicamente, resulta muy vulnerable a un peligro extraordinario: los  enormes chorros de plasma procedentes del Sol. Un plasma capaz de  freir en segundos toda nuestra red eléctrica (de la que la  tecnología depende), con consecuencias realmente catastróficas. «Nos  estamos acercando cada vez más hasta el borde de un posible desastre»,  asegura Daniel Baker, un experto en clima espacial de la Universidad de  Colorado en Boulder y jefe del comité de la NAS que ha elaborado el  informe.
 Según Baker, es difícil concebir que el Sol pueda enviar  hasta la Tierra la energía necesaria para provocar este desastre.  Difícil, pero no imposible. La superficie misma de nuestra estrella es  una gran masa de  plasma en movimiento, cargada con partículas de alta  energía. Algunas de estas partículas escapan de la ardiente superficie  para viajar a través del espacio en forma de 
viento  solar. Y de vez en cuando ese mismo viento se encarga de impulsar  enormes globos de miles de millones de toneladas de plasma ardiente,  enormes bolas de fuego que conocemos por el nombre de 
eyecciones de masa coronal. Si una de  ellas alcanzara el campo magnético de la Tierra, las consecuencias  serían catastróficas.
  Nuestras redes eléctricas no están diseñadas para  resistir esta clase de súbitas embestidas energéticas. Y que a nadie le  quepa duda de que esas embestidas se producen con cierta regularidad.  Desde que somos capaces de realizar medidas, 
la peor tormenta solar  de todos los tiempos se produjo el 2 de septiembre de 1859.  Conocida como «
El evento Carrington», por el  astrónomo británico que lo midió, 
causó el colapso de  las mayores redes mundiales de telégrafos (imagen bajo estas  líneas). En aquella época, la energía eléctrica apenas si empezaba a  utilizarse, por lo que los efectos de la tormenta casi no afectaron a la  vida de los ciudadanos. Pero resultan inimaginables los daños que  podrían producirse en nuestra forma de vida si un hecho así sucediera en  la actualidad. De hecho, y según el análisis de la NAS, 
millones  de personas en todo el mundo no lograrían sobrevivir.
   El informe subraya la existencia de dos grandes problemas  de fondo: El primero es que las modernas redes eléctricas, diseñadas  para operar a voltajes muy altos sobre áreas geográficas muy extensas,  resultan especialmente vulnerables a esta clase de tormentas procedentes  del Sol. El segundo problema es la interdependencia de estas centrales  con los sistemas básicos que garantizan nuestras vidas, como suministro  de agua, tratamiento de aguas residuales, transporte de alimentos y  mercancías, mercados financieros, red de telecomunicaciones...  Muchos aspectos cruciales de nuestra existencia dependen de que no falle  el suministro de energía eléctrica.
  Ni agua ni transporteIrónicamente,  y justo al revés de lo que sucede con la mayor parte de los desastres  naturales, éste afectaría mucho más a las sociedades más ricas y  tecnológicas, y mucho menos a las que se encuentran en vías de  desarrollo. Según el informe de la Academia Nacional de Ciencias  norteamericana, una tormenta solar parecida a la de 1859 dejaría fuera de  combate, sólo en Estados Unidos, a cerca de 300 de los mayores  transformadores eléctricos del país en un periodo de tiempo de  apenas 90 segundos. Lo cual supondría dejar de golpe sin energía a más  de 130 millones de ciudadanos norteamericanos.
  Lo  primero que escasearía sería el agua potable. Las personas que  vivieran en un apartamento alto serían las primeras en quedarse sin  agua, ya que no funcionarían las bombas encargadas de impulsarla a los  pisos superiores de los edificios. Todos los demás tardarían un día en  quedarse sin agua, ya que sin electricidad, una vez se consumiera la de  las tuberías, sería imposible bombearla desde pantanos y depósitos.  También 
dejaría de haber transporte eléctrico. Ni trenes, ni  metro, lo que dejaría inmovilizadas a millones de personas, y  estrangularía una de las principales vías de suministro de alimentos y  mercancías a las grandes ciudades.
 
  Una gran tormenta solar acabaría con los  transformadores eléctricos. Después escasearía el agua potable y el  transporte eléctrico no funcionaría: ni trenes ni metro
     Los grandes hospitales, con sus generadores, podrían  seguir dando servicio durante cerca de 72 horas. Después de eso, adiós a  la medicina moderna. Y la situación, además, no mejoraría durante  meses, quizás años enteros, ya que los transformadores quemados no  pueden ser reparados, sólo sustituidos por otros nuevos. Y el número de  transformadores de reserva es muy limitado, así como los equipos  especializados que se encargan de instalarlos, una tarea que lleva cerca  de una semana de trabajo intensivo. Una vez agotados, habría que  fabricar todos los demás, y el actual proceso de fabricación de un  transformador eléctrico dura casi un año completo...
 El informe calcula que lo mismo sucedería con los 
oleoductos  de gas natural y combustible, que necesitan energía eléctrica  para funcionar. Y en cuanto a las centrales de carbón, quemarían sus  reservas de combustible en menos de treinta días. Unas reservas que, al  estar paralizado el transporte por la falta de combustible, no podrían  ser sustituidas. Y tampoco las centrales nucleares serían una solución,  ya que están programadas para desconectarse automáticamente en cuanto se  produzca una avería importante el las redes eléctricas y no volver a  funcionar hasta que la electricidad se restablezca.
 
  Sin calefaccion ni refrigeración, la gente  empezaría a morir en cuestión de días. Las primeras víctimas serían  aquellas que dependen de un tratamiento médico
     Sin calefacción ni refrigeración, la gente empezaría a  morir en cuestión de días. Entre las primeras víctimas, todas aquellas  personas cuya vida dependa de un tratamiento médico o del suministro  regular de sustancias como la insulina. «Si un evento Carrington  sucediera ahora mismo -asegura Paul Kintner, un físico del plasma de la  Universidad de Cornell, de Nueva York- sus efectos serían  diez veces peores que los del huracán Katrina». En realidad, sin  embargo, la estimación de este físico se queda muy corta. El informe de  la NAS cifra los costes de un evento Carrington en dos billones de  dólares sólo durante el primer año (el impacto del Katrina se  estimó entre 81 y 125 mil millones de dólares), y considera que el  periodo de recuperación oscilaría entre los cuatro y los diez años.
 Por supuesto, el informe no se limita a describir escenarios  de pesadilla sólo en los Estados Unidos. Tampoco Europa, o  China, se librarían de las desastrosas consecuencias de una tormenta  geomagnética de gran intensidad.
  Tomar precaucionesLa  buena noticia, reza el informe, es que si se dispusiera del tiempo  suficiente, las compañías eléctricas podrían tomar precauciones, como  ajustar voltajes y cargas en las redes, o restringir las transferencias  de energía para evitar fallos en cascada. Pero, ¿Tenemos un sistema de  alertas que nos avise a tiempo? Los expertos de la NAS opinan que no.  Actualmente, las mejores indicaciones de una tormenta solar en camino  proceden del satélite 
ACE  (Advanced Composition Explorer). La nave, lanzada en 1997, sigue  una órbita solar que la mantiene siempre entre el Sol y la Tierra. Lo  que significa que puede enviar (y envía) continuamente datos sobre la  dirección y la velocidad de los vientos solares y otras emisiones de  partículas cargadas que tengan como objetivo nuestro planeta.
  ACE, pues, 
podría avisarnos de la inminente llegada de  un chorro de plasma como el de 1859 con un adelanto de entre 15 y  45 minutos. Y en teoría, 15 minutos es el tiempo que necesita una  compañía eléctrica para prepararse ante una situación de emergencia. Sin  embargo, el estudio de los datos obtenidos durante el evento Carrington  muetran que la eyección de masa coronal de 1859 tardó bastante menos de  15 minutos en recorrer la distancia que hay desde el ACE hasta la  Tierra. Por no contar, además, que ACE tiene ya once años y que sigue  trabajando a pesar de haber superado el periodo de actividad para el que  había sido diseñado. Algo que se nota en el funcionamiento, a veces  defectuoso, de algunos de sus sensores, que se saturarían sin remedio  ante un evento de esas proporciones. Y lo peor es que no existen planes  para reemplazarlo.
 
  El mundo, probablemente, no hará nada para  prevenirnos de los efectos de una tormenta solar devastadora hasta que  ésta suceda
     Para Daniel Baker,  que formó parte de una comisión que  hace ya tres años alertó de los problemas de este satélite, «no tener  una estrategia para sustituirlo cuando deje de funcionar es una completa  locura». De hecho, otros satélites de observación solar, como SOHO, no  pueden proporcionarnos alertas tan inmediatas ni tan fiables como las de  ACE. Para Baker y los demás investigadores que han elaborado el  informe, el mundo probablemente no hará nada para prevenirnos de los  efectos de una tormenta solar devastadora hasta que ésta, efectivamente,  suceda.
 
 Algo que, según el informe, podría ocurrir mucho antes de  lo que nadie imagina. La «tormenta solar perfecta», de  hecho, podría tener lugar durante la primavera o el otoño de un año con  alta actividad solar (como lo será 2012). Y es  precisamente en esos periodos, cerca de los equinoccios, cuando serían  más dañinas para nosotros, ya que es entonces cuando la orientación del  campo magnético terrestre (el escudo que nos proteje de los vientos  solares), es más vulnerable a los bombardeos de plasma solar.